Os escribo esta carta con el afecto de siempre y con una viva esperanza: la de llegar a todos, donde os encontréis. Querría hacerme presente en los contextos más diversos y en las situaciones más variadas en que vivís y realizáis el programa misionero de Jesús: anunciar el Reino, que no es otra cosa sino Dios mismo con su voluntad de venir a nuestro encuentro, y construirlo por medio de obras que lo hacen presente y creíble: «curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios» (Mt 10,8).